Viajar sin coche
Fui a Francia en bus, a ver a una amiga, y las señoras de al lado, para mi desgracia, se hicieron amigas. Una de ellas resultó estar muy preocupada por las manías de su marido, recién jubilado. Al señor le daba por liderar determinadas tareas de la casa con criterios no válidos según el estándar de su mujer; no sólo eso, sino que se dedicaba a gastar el presupuesto familiar en cacharros inútiles que requerían tiempo en montaje, tiempo que –según la señora- bien podía dedicarse a sacarla de viaje y complacerla. En tono de confesión, nos enteramos del cambio en gustos de ropa interior del señor, rarezas de la edad que llevaban a la señora a la búsqueda infructuosa de calzoncillos adecuados. Cuando llegamos a San Sebastián el señor vino a recoger a su señora, y me acompañó al bus que me llevaba a mi destino final, y a mi me dieron ganas de decirle que publicara un anuncio en facebook para encontrar sus calzoncillos perfectos, y que ya hallaría una ocupación post-jubilación, pero la etiqueta social hizo que
simplemente le dedicara una sonrisa. Seguí mi viaje sin coche,y de cómo pasé del autobús público a un Porsche galáctico es una historia que no procede narrativamente aquí, pero que ahí está. Ya con mi amiga, no montaba desde los nueve años, pero apártense las viejecitas francesas que va Reyes a la playa en una bici roja. Me remojé en el mar con grandes olas a modo de bautizo en el Jordán, tomé el último sol y disfruté de la amistad. Casualidad, aparecieron unos divertidos y amables caballeros residentes en mi ciudad, con los que fuimos a cenar, y que me eximieron de la vuelta en bus a España, dejándome en la puertecita de mi casa, como a una reina. De lo cual concluí que no pasa nada por no tener coche, porque hace que escuches historias sobre los calzoncillos de los jubilados, viajes en Porsche, montes en bici, y te traten como a una reina.
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