Si la amistad tuviese un color
Siempre odié el amarillo, hasta que conocí hace nada a todas estas flores que acechan felices en grietas locas y baldosas de ciudad, que se agarran a la madera de los bancos y brotan en un despiste del olvido.
Si hay un tiempo para que algo florezca pese a todo, es éste. Mis ojos van tras afectos y amistades de todo tipo y condición que nos sorprenden sin buscarlos, como una bendición amarilla, encaramadas tras las prisas y los muros del día a día.
Siempre odié el amarillo, hasta que conocí hace nada a la flor que me enseñó el color de la poesía. Sea bienvenida.