Cierto que el #CaminodeSantiago es interiorización: te encuentras a ti mismo, conectas con la naturaleza, haces de cada peregrino tu familia, aprendes a adaptarte y la lógica del encuentro -desapego mientras dices #BuenCamino. Cierto que me abrió el corazón, sentí a un Dios diferente y hablé inglés por los codos. Cierto que aprendí ingeniería para llenar la mochila sin que pese, que unos buenos calcetines marcan la diferencia, que es tu sonrisa el maquillaje que te pone guapa, que la gente viene del otro lado del mundo para hacer lo que tú tienes al lado, y que no hay reglas, ni edad, ni condición física que prediga que serás un buen caminante. Pero hay cosas que nadie cuenta, y que hacen del Camino un lugar profundamente humano. Por ejemplo, tipos de caminantes según su ronquido: el musical (diferentes matices y tonalidades), el metrónomo (ronquido constante, estable), el escalador (y sube y sube y sube hasta hacer cima y despertar a todos), el Gran Roncador (Oh my God), el susurrador (leve como una nana),
el imprevisible, y tantos otros que hicieron de mis tapones una joya en mis oídos. Tampoco nadie te dice que tus ojos verán rutinas de higiene extrañas, ropa interior que no tienes necesidad de ver, que hay sonidos que te recordarán que no distamos tanto del mono. Que con treinta kilómetros en el cuerpo, a lo mejor eres tú el que ronca, o el que a un desconocido le ofrendas tu ropa sucia para la lavadora. Que miras, curas y tocas las ampollas del pie del otro con la misma naturalidad que rezas a un amanecer. Que todo esto no va de ser mejor ni de llegar antes, sino de ser lo que ya eres y que el #CaminodeSantiago es, tanto como un camino espiritual, el más humano entre los Reinos de Ronquidos. #BuenCamino, y #BuenRonquido.