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Palabras como flores de manzanilla

“Estas son solo unas notas para recordar el camino” dice Nieves Pulido en su poemario Flores; los poemas, cada uno con nombre de una flor distinta, cada uno como una nota, una pequeña melodía. ¿Con qué flores sembramos nuestros días? ¿Qué aroma entonan los pensamientos?

palabras como flores de manzanilla

El ramo de las primeras veces, lleno de rosas y lirios del valle, margaritas e ilusión. El de las despedidas, hojas recién caídas del árbol. El de las oportunidades, que huele a lavanda silvestre creciendo ajena al esfuerzo, espantando el mal. El del juego y la alegría infinita de los girasoles: yo también busco la luz, soy girasol sol sol que saca los brazos al sol.

Por qué no regalarnos un ramo de esperanza y jazmín, como cada vez que alguien nos envía a casa palabras con aroma a confianza. En su honor, en días grises me fabrico un ramo de sueños de dientes de león que sobrevuele la niebla que puebla la rutina: ellos hablan el lenguaje de las hadas, ¡es bueno dejarles hacer!

Ay, aquellas veces en las que un ser querido nos da un beso con rama de olivo y olvida un enfado. Los abrazos de todo tipo y condición, como flores de manzanilla, que todo lo curan… así quisiera que fuesen las palabras que canto y los libros que escribo.

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Hoy quiero creer que las flores, ideas, palabras, pensamientos, incluso muchos de nuestros recuerdos son una manera distinta de flor de loto: da igual si nacen del barro, la tristeza o el miedo. Al final, un solo nenúfar puede iluminar todo el estanque.

Así quisiera que fuesen las palabras que canto y los libros que escribo.

Lenguas

Aprender una lengua nueva es dejar que la lengua encuentre en el paladar músculos que traen sonidos distintos nacidos de recovecos insospechados. Ante los nuevos fonemas volvemos a la infancia y el oído se estresa y se entrena para reconocer lo amenazante como familiar. Incluso las manos se mueven extranjeras. El gesto imita el de aquellos a los que miramos con extrañeza y admiración, oh, esos nativos poderosos que poseen un conocimiento lejano e inalcanzable: ¡la quimera del bilingüismo!

Lo que nadie te cuenta es que aprender una lengua te deslengua: como no sabes muy bien lo que dices, te da un poco igual lo que decir, y en el saco de  la torpeza el aprendiz mete el error al lado de la libertad de equivocarse, bordeando sin complejos las fronteras de lo correcto. Nunca me he permitido tantas incorrecciones como cuando he pasado temporadas en otro país: te perdonan el error –o lo consienten con paternalismo –  y desde esa falta de expectativas te ejercitas en los días y los verbos con la certeza del regalo de la oportunidad de reinventarte. Por ello no he sido (cuando he vivido en inglés) la misma persona que en castellano, en la segunda lengua me muevo más revolucionaria y atrevida. Incluso he amado distinto.

El inglés ha sido el idioma de los viajes, de las vidas distintas, personajes pintorescos e historias ajenas a mi vida habitual, a la que he vuelto luego con la extrañeza del que encuentra más familiar lo extranjero.

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La escritora Jhumpa Lahiri, en la cúspide de su carrera, decide abandonar su mundo conocido e  ir a Italia (arrastrando a su familia) para aprender italiano. Se exilia de su lengua y escribe su primer libro en el nuevo idioma: con cautela, a trompicones, con desvelos. Y se descubre como una escritora distinta; en su libro En otras palabras habla de esa constante necesidad de buscar un camino alejado:

“Provengo de ese vacío, de esa incertidumbre. Creo que el vacío es mi origen y también mi destino. De ese vacío, de toda esa incertidumbre, viene el impulso creativo, el impulso de llenar el marco”.

La lengua en la nueva lengua se mueve en el paladar entre sonidos distintos, pero también nuestra identidad: cuando nos quitan la palabra y por gusto la vestimos con un traje nuevo, caemos en un vacío apasionante de posibilidades, si nos atrevemos a pronunciar con una recién bautizada torpeza los sinónimos de comienzo.

Amar sin estar enamorado

En vietnamita existen diferentes palabras para formas distintas de amar. Thich, amar con gusto. Thong, amar sin estar enamorado. Yêu, amar amorosamente. , amar con embriaguez. Mu quang, amar ciegamente. Thinh nghia, amar por gratitud. Las apunté rápido con tinta certera cuando leía Ru, de la vietnamita Kim Thuy, en un viaje literario por autoras asiáticas del que aprendí otros lenguajes, otras lógicas, otras formas de narrar.

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En español sinónimo de amar es querer, que parece relegado a un papel secundario, como si fuese un sucedáneo descafeinado del deseo. Pero resulta que me gustan los actores secundarios y las tramas subyacentes, y prefiero querer más que amar: atesora un segundo significado, el de la voluntad. Tal vez «querer hacer o ser algo» sea también amar algo. El castellano entonces guarda la sorpresa de este verbo que es mitad afecto mitad decisión de profesarlo. Y aunque el diccionario me recuerda que sinónimo de amar es también desear, hoy convierto a querer en protagonista: quiero explorar con vosotros todos esos verbos vietnamitas de amor, a ver qué resulta.

El verbo amar con gusto, el de los que se saben disfrutones porque, si no gusta, ¿para qué amar? El de amar amorosamente, que conjuga mi gata en el sofá. El de amar con embriaguez, del  que ya me aburrí, pero… si es el vuestro, tranquilos, porque ¡historias hay mil! El de amar sin estar enamorado, que es el del noventa y mil por ciento del universo infinito de las cosas y personas que amo. El de amar ciegamente, que escondo debajo de una piedra, lo cambio por otro que defina amar con lucidez. El de amar con gratitud a esas personas que ya no están en tu vida, pero estuvieron y te dieron.

Nos inventaremos otra palabra para amar con libertad: cuando dejas marchar o decides ser y dejar ser. O amar con calma, que dibuja con trazos delicados el baile de los afectos: se posan donde ellos quieren por efecto de la gravedad. El de amar porque no queda más remedio: lo conjuga la buena gente que se rinde a su buen carácter y prefiere no odiar. El de amar con sensatez lo que equivocas. El de amar por amar, sin objeto ni objetivos. El de amar toda la vida, que en pasado y presente predice el futuro perfecto de personas, causas y lugares que te  ayudarán a conjugar todo lo demás.