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Corazones remendados

2014-04-29 17.09.50 (11)Una amiga me dijo que tenía el corazón remendado. Le pregunté cuántas decepciones, pérdidas, desilusiones, rupturas, puede aguantar un corazón con los años. «Todas», me dijo ella, muy segura. Puede ser, porque ayer ya estaba ella hilando su vida con mejor sastre. Yo sólo sé que entre zarpada y remiendo… mejor hormiga que cigarra, y tejerle una manta con los trozos de risa, cariño y amigos que nos traen los buenos tiempos.

El hombre y la máquina

Una empleada doméstica acudió a limpiar una nave con su novio. Al parecer el toro se estrelló solo contra la pared: esa chica era empleada de mi amigo, y el conductor invisible el novio que, en sus veinte, sintió el arrebato de montar una máquina que desconocía. Ay, amigos. !Cuanto podría escribir Freud sobre la relación del hombre y su coche!… el descapotable en los veinte, la castración del coche familiar en los treinta, el deseo del deportivo en los cuarenta y, finalmente, el que puede a los cincuenta se lo compra (y que le den a todo): el color, el tamaaaaaaño, las gafas de sol a juego. Cuando, en los cincuenta, no hay coche… siempre es buena la bici: adoro esos grupos de cincuentones en bici, así, ruidosos ellos, en busca del almuerzo de después: mejor la máquina que caminar, of course, eso es como de chicas ¿Qué es lo que pasa por la cabeza de un hombre ante la máquina? Creo que testosterona: algo que arreglar, algo que poseer, algo que dominar, comprarla.
Nada más duro para ellos que la lucha infructuosa contra el tornillo strongorf de ikea, nada más excitante que la posibilidad del nuevo modelo de taladro: su caja de herramientas, su tesoro. Debe haber algo en el adn que relaciona ese instinto con el de jamás preguntar si se pierden, o antes muerto que copiloto: para eso está esa otra máquina, reina entre las reinas, ¡¡¡el GPS!!!. Tiene que ser muy duro para ellos que las mujeres no llevemos incorporado uno, ni se nos pueda enchufar el taladro sin más, que no haya una aplicación de móvil que les diga lo que queremos (creedme, jamás sabemos lo que queremos realmente). No nos impresionan las gafas de sol, y el descapotable mola un ratito, pero preferimos un coche con buen motor, que la lavadora simplemente funcione y que no nos echen la culpa si nos hemos perdido mirando un mapa, porque a nosotras nos encanta preguntar: así hacemos nuevos amigos.

Antropología de las piscinas públicas

De cómo narramos las cosas las mujeres y los hombres. Nadar lo que es nadar… no sé si nado mucho. Pero hoy he aprendido algo. Ok, imaginemos primero una situación X: un señor no ha acudido a su clase de natación. Imaginemos luego la conversación en el vestuario de hombres-señores mayores sobre el tema. Hubiese sido algo así como «Fulanito no ha venido porque tenía conjuntivitis». Punto. Y luego, hubiesen hablado del partido del Barsa. ¿Sí? ¿Más o menos? Ok, pues lo que yo he vivido es la conversación real de ¡mis queridas señoras-andadoras-de-piscina! sobre la ausencia de fulanito. Primero han relatado el hecho objetivo, luego una, al parecer licenciada en todología (sabe de todo), ha deducido las causas de la conjuntivitis del sujeto, ha hecho un estudio comparativo con la conjuntivitis de su nuera debido a la pantalla del ordenador, conjuntivitis distinta de la del cloro, que (todas estaban de acuerdo) ha sido la causa de la del fulanito. Pero nada comparado con la conjuntivitis que sufrió en el pasado otra de ellas, terrible, qué pena no tener entonces teléfonos móviles para enviar las fotos de sus ojos por whatsap. Se han establecido diferentes corrientes de opinión, a voz alzada, sobre la asistencia irregular a clase
del fulanito con conjuntivitis, alguna ha dejado caer alguna situación familiar (con voz de misterio, como diciendo yo sé algo que vosotras no sabéis). En este punto yo ya me había cambiado para salir a nadar, pero he sentido curiosidad científica por la duración y alcance del tema. Después de un silencio dramático, una de ellas ha querido indagar sobre «esa situación familiar» (yo también tenía curiosidad, la verdad, ahí sentada con gorro ya en el banco de mi cabina). La narradora, sintiéndose protagonista, ha bajado la voz (que es lo que provoca que todavía pongas más atención al tema). Pero han entrado dos mujeres hablando de que les habían denegado las vacaciones (indignación) y no he podido escuchar el por qué ese triste hombre con conjuntivitis, pobre, faltaba tanto a clase de natación. Las señoras andadoras seguían hablando sin parar, compitiendo por sus dolores y desgracias, y me he ido a hacer unos largos pensando en que, para bien y para mal, las mujeres hablamos más. Y que si a un Reyes-hombre le hubiesen preguntado qué tal la natación, hubiese dicho: «bien». Y yo, pues cuento todo esto, lo que me aterra, porque pudiera ser la prueba de que tengo el gen de las señoras andadoras. Oh, my God!

Mafalda vuelve a correr

Después de un año y pico sin correr (a ver, ehhhhh, que yo de deportista lo que Mafalda en chándal), y una larga discusión ayer con el dependiente de la sección de deportes del corte inglés, porque no hay manera de conseguir ropa de running que te cubra los riñones (¿los riñones y el culo no son del cuerpo y no pasan frío?), rogué que Madonna se pusiera un día una sudadera larga y así se pondría de moda las cosas largas y cómodas (de los bikinis hablaremos en otro momento…). Bueno pues después de todo eso, mil gracias a los consejos de mi Pilar Martínez, las plantillas de Mónica Espeleta, y el recuerdo del cariño con el que mi amigo Javi me ayudó cuando empecé, esta mañana he vuelto a trotar un poco. Me he olvidado de correr a lo «chico habitante del ejército de Esparta» (la tengo muy grande, antes morir que parar, perder es «caca», yo voy a cazar el mejor mamut y la tribu me va a aplaudir,
competircompetircompetir, objetivoobjetivo, si corro más seré más), que es un poco lo que hacía antes. Liberada de esa actitud fálico-narcisista que es un rolloooo, he pensado que todo el mundo tenemos derecho a ser torpe en algo: parar-trotar-parar-trotar, mirar los árboles, agradecer, por Dios, !ese público fiel! del cincuentón ciclista que invariablemente piropea a nosotras mujeres de cuarentay (los de cuarentay están ocupados mirando a las de treintay). Básicamente, me he dedicado a ser feliz trotando como me pedía el cuerpo, harta de objetivos y retos vitales y, sabiendo que correr no es mi superpoder (son otros, que no cuento), reivindico mi derecho a ser torpe, correr a lo chica, llevar sudaderas que me tapen el culo, por favor, que se me enfría y pararme cuando quiera. El placer no tiene reglas. En fin y sobre todo: a correr y a la vida… con humor.

Todas somos princesas

Ventanas 2-10Esta es una perfecta ventana de cuento, la hice en Cambridge y pensé que era, sin duda, la ventana del castillo de Reyeslandia. Carambolas de la vida, ahora cuelga en la pared de un centro de acogida donde se arropa y lame las heridas a mujeres que ejercen la prostitución. La vida no suele ser un cuento, pero pese a lo que nos cuenten o nos contemos, lo que cuenta es recordarnos unas a otras que todas, digo TODAS, tenemos corazón de princesas.