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Abuelas de antes (1): «hija mía no te cases».

“Hija mía NO-TE-CASES: pero si ahora trabajáis, conducís, os vais de vacaciones solas:¿casaaarse PA-QUÉ?” Dijo esa abuela que vino a la ciudad de luto y pañuelo en la cabeza, cuando vio la vida de su nieta. A las chicas de pueblo las abuelas nos metieron el bordado del ajuar mientras las feministas quemaban sujetadores. Antes muertas que dejarte salir mal peinada, “hija mía esos pelos que pareces una pelucia”, no pedían mucho a la vida ni al matrimonio, asumían que “cada altar tiene su cruz”, y la falta de opciones la suplían con providencia, pues “el que está pa-ti no te lo quita nadie, que matrimonio y mortaja del cielo baja”. Buen pretendiente era quien apreciaba sus guisos: “el que por comer no se mata, por trabajar menos”, y lo peor que podía hacer un novio era dejarse comida en el plato.
Sospechaban de tus noches de juerga, que tenías que penar (“nadie va de romería que no le pene al otro día”). Me pregunto qué nos dirían a todas esas nietas… unas divorciadas,otras en imposibles conciliaciones familiares-laborales, a las que viajan y se despeinan, a las madres solas, a las que se nos olvidó coser. Tal vez, como la abuela de mi amiga que vino de un pueblo de Teruel, acabarían quitándose el luto y -donde dije digo, digo Diego- “Hija mía NO-TE-CASES”, salvo… ¿quizás?, con alguien que te llene el corazón y haga de tu vida un lugar mucho mejor.

El hombre y la máquina

Una empleada doméstica acudió a limpiar una nave con su novio. Al parecer el toro se estrelló solo contra la pared: esa chica era empleada de mi amigo, y el conductor invisible el novio que, en sus veinte, sintió el arrebato de montar una máquina que desconocía. Ay, amigos. !Cuanto podría escribir Freud sobre la relación del hombre y su coche!… el descapotable en los veinte, la castración del coche familiar en los treinta, el deseo del deportivo en los cuarenta y, finalmente, el que puede a los cincuenta se lo compra (y que le den a todo): el color, el tamaaaaaaño, las gafas de sol a juego. Cuando, en los cincuenta, no hay coche… siempre es buena la bici: adoro esos grupos de cincuentones en bici, así, ruidosos ellos, en busca del almuerzo de después: mejor la máquina que caminar, of course, eso es como de chicas ¿Qué es lo que pasa por la cabeza de un hombre ante la máquina? Creo que testosterona: algo que arreglar, algo que poseer, algo que dominar, comprarla.
Nada más duro para ellos que la lucha infructuosa contra el tornillo strongorf de ikea, nada más excitante que la posibilidad del nuevo modelo de taladro: su caja de herramientas, su tesoro. Debe haber algo en el adn que relaciona ese instinto con el de jamás preguntar si se pierden, o antes muerto que copiloto: para eso está esa otra máquina, reina entre las reinas, ¡¡¡el GPS!!!. Tiene que ser muy duro para ellos que las mujeres no llevemos incorporado uno, ni se nos pueda enchufar el taladro sin más, que no haya una aplicación de móvil que les diga lo que queremos (creedme, jamás sabemos lo que queremos realmente). No nos impresionan las gafas de sol, y el descapotable mola un ratito, pero preferimos un coche con buen motor, que la lavadora simplemente funcione y que no nos echen la culpa si nos hemos perdido mirando un mapa, porque a nosotras nos encanta preguntar: así hacemos nuevos amigos.