A los que os quedáis en agosto en la ciudad y no vivís en urbanización con piscina: hay esperanza. Se llama piscina pública, y es un ecosistema que varía. Durante la semana puedes encontrar pequeños reductos de paz y silencio, incluso nadar, pero los domingos mutan hacia formas extrañas de selvas ruidosas. No os preocupéis, después de una sesión de observación participante, os doy algunas claves para vuestra supervivencia social: 1/ Madrugar para apropiarte de la mejor tumbona, que requiere un estudio previo sobre las horas de sol-sombra en cada flanco (los jubilados son expertos en el tema). 2/ Tendrás que acudir en pandilla (asegúrate de que lleven muchos tatuajes y bikinis chillones), y realizar ejercicios de ostentación lúdica todo el rato: comer, beber y gritar mucho y no parar de hacer cosas. Para lo primero, necesitarás tuperwares muy grandes y el día anterior cocinar sin parar para llenarlos de: pechugas empanadas, pimientos, tortillas, tarta casera de galletas maría. Atención: los bocadillos parece ser que están prohibidos, porque permiten menos interacción social, dado que es importante que regularmente grites “pásame esto y lo otro”.
También deberás llevar todo tipo de chuches, y tener en cuenta que cada cosa requiere su nevera portátil diferente: la normal familiar, la normal XXL a la que puedes ponerle ruedas (esto es verídico), y mi preferida: una de tamaño ataúd, de corchopán, para las cervezas y el tinto de verano. Hay otros elementos básicos como el hule no discreto, el juego de cartas con funda de terciopelo, el termo de café con estampado a cuadros y la bolsa de mercadona con unas treinta barras de pan. Deberás tomar muchas fotos y colgarlas inmediatamente en facebook y, si pensabas que el radiocasette con música a tope estaba obsoleto, parece ser que sigue vigente. Mis amigas y yo no sabíamos nada de todo esto y acudimos la una con una fiambrera de comida vegana-ayurveda, otra con una ensaladita en bolsa térmica unipersonal de tienda de diseño y yo con un modesto sándwich. A falta de un yate en alta mar, decidimos aprovechar la lección de antropología básica que nos ofrecieron nuestros vecinos de mesa, de la que concluimos que para disfrutar de la vida no hace falta mucho dinero, sino muchos amigos, comer y beber sin parar, hacer ruido y tener una gran nevera de corchopán.