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Elegir la alegría

En París vivía una niña iraní que surfeaba por las noches pesadillas de desarraigo. Acudía a la cama de sus padres para acogerse a sagrado, pero su padre la devolvía a su habitación de hija única, donde regresaba a la tierra del miedo. Hasta que llegó a la casa Shirin, también refugiada, también hija de refugiados, con la que compartió temporalmente habitación y cama. Shirin flacucha, fea, pálida y bigotuda, eterna payasa que hacía muecas, baile, teatro, pantomima y juegos, le devolvió con su cuerpo el calor, y con su risa inagotable la alegría. Shirin la maga fue albergue temporal de felicidad, pero se fue con sus padres y su magia a un hogar propio donde hacer muecas, baile, teatro y pantomima. La escena tiene lugar en la novela Marx y la muñeca, de Maryam Madjidi niñas, y Shirin es un breve capítulo, una mariposa leve en una novela en la que la adulta Madjidi canta a partes iguales la gravedad y gracia de su propia historia.

Las miradas me devuelven tristeza cuando cuento que pasé unos meses en India en un orfanato. Pero lo cierto es que fue un lugar donde aprendí alegría: las muecas, baile, teatro, pantomima, juegos, arrumacos, canciones, abrazos, más canciones, arrumacos, juegos, pantomima, teatro, baile y muecas. Lo innombrable y el pasado, en esos niños de todas las edades, quedaba enterrado en un pacto de silencio. En esa misma caja de Pandora guardé mi pasado y mis pocas penas. ¿Quieres ser mi mamá? me preguntó en gujarati una niña de cinco años, como el que sugiere jugar a la pelota. Fuimos mamá e hija de mentira hasta que a los días se cansó y se fue a buscar a otra. Nos hacía piruetas y después pasaba la gorra, donde echábamos piedras y aplausos. Semanas después sus padres de verdad la recogieron, a esa niña perdida pregonada en los periódicos y encontrada en un orfanato. Marchó con ellos llorando y no quise preguntar por qué.  No pude.

Quién no se ha sentido huérfano en algún momento de su vida: de salud, afectos, sustento, libertad, expectativas. Shirin y la niña perdida elegían la alegría como un lugar al que volver: traviesas y chispeantes, acudían a la risa como a la cama calentita en invierno o a un libro en noches de pandemia. Como al hogar salvavidas en un océano de desarraigo.

 Fotografías de Jesús Tejel 

#color

verde

Hay colores que lo cambian todo: el ánimo, la cabeza loca, la rutina.

He pintado mucho de blanco estos meses, para llegar al sueño mirando la noche con un silencio que la mente no sentía.
Esto de vivir tiene su arco iris.

Pinto de blanco pero no me olvido que lo mío es también  el color de la higuera y el olor del verano, aunque siga pintando de blanco el invierno – para llegar al sueño en silencio,  ese que la mente no encontraba, pero quería-.

El momento perfecto.

IMG_20180131_070122_117 Muy de vez en cuando se nos regala un momento perfecto, uno el que el  azul,  el verde  y el sol por fin hacen bien su trabajo.

Muy de vez en cuando el viento nos trae una noche de vino y rosas mientras el mundo sigue su prisa.

Muy de vez en cuando los planes salen tan bien que no queda más remedio que celebrarlo.

Deberíamos guardarlos, en algún baúl del corazón. La colección de todos esos ratos  que amanecen nuestra vida.

Si la amistad tuviese un color

IMG_20180506_145533637 Siempre odié el  amarillo, hasta que conocí hace nada a todas estas flores que acechan felices en grietas locas y baldosas de ciudad, que se agarran a la madera de los bancos y brotan en un despiste del olvido.

Si hay un tiempo para que algo florezca pese a todo, es éste. Mis ojos van tras  afectos y amistades de todo tipo y condición que nos sorprenden sin buscarlos, como una bendición amarilla, encaramadas tras las prisas y los muros del día a día.

Siempre odié el amarillo, hasta que conocí hace nada a la flor que me enseñó el color de la poesía. Sea bienvenida.

 

Alegría

IMG_20171022_091803_966Si no hay alegría en tu vida, coge un lápiz y píntala. Eso pensé cuando encontré esta imagen en un rincón amable, durante uno de mis paseos por la ribera del Ebro.

La vida no es un menú que se pida a la carta: por eso estoy atenta y siempre que puedo me lleno los ojos y los días de cosas bonitas. Si no vienen, las busco. Cuando no las encuentro, las invento: así el invierno pasa más dulce y el tiempo se tiñe de caramelo.