Mis decálogos

Besos de azul

20150717_190050Que el mar deje en tu piel besos de yodo.
Que el viento limpie tu horizonte, para que sólo veas el infinito.
Que las olas se lleven todo lo que te ata.
Que la arena juegue contigo, y recuerdes lo que te hace niño.
Que el salitre limpie tu alma de todas las cosas feas.
Que el voy- y- vengo del mar se escuche más que la prisa.
Que hoy, aquí y ahora, la vida te dé todos esos besos guardados para ti, llenos de azul.

Quiero ser recolector de amaneceres.

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Ya no quiero ser nada especial “cuando sea mayor”, ni una casa si va con hipoteca, ni coche si no lo necesito. Ya no quiero un gran sueldo si me quita el sueño, ni a nadie que me robe la salud. Ya no quiero ser la primera, y me importa un pimiento ser la última, si así disfruto más. Ya soy mayor: sólo quiero ser lo que ya soy. Quiero recordar cada día que si hay prisas, no son mías, sino herencia de un mundo que no me pertenece. Que si tengo (o no) trabajo, no soy mi trabajo. Quiero abandonarme a la vida, a la que poco le importan los mapas o los planes. Que mi hogar sea cualquier persona que necesite dar y recibir amor, del bueno, sin estrategias, ni técnicas de asertividad, ni andar poniendo límites al corazón. Quiero caminar ligera de equipaje, para no perder tiempo en gestionar cosas que no me importan. Escaparme a la soledad cuando lo necesite, y a la vuelta celebrar el abrazo. Que me ocupe el tiempo contar, de las grandezas y miserias de la vida, las primeras. Quiero levantarme cada mañana y guardar el amanecer en el corazón, donde está el infinito que atesora las veces que, pese a todo, nace el día, las ilusiones, los intentos y esperanzas. Quiero llevar todo eso en la mochila y, cuando me llegue el momento, poder decir que, en esta vida, he sido recolector de amaneceres.

El arte de la vulnerabilidad

petirrojo

 

Un amigo me envió la foto de este petirrojo que parecía delicado y cantaba lastimero: Tú que tienes talento, anda, escríbele algo, me dijo. Ay, petirrojo, qué puedo decirte yo. Que unas veces toca el gorjeo alegre de las noches de verano, pero otras, el canto más bello es aquel que en invierno acaricia el difícil arte de la vulnerabilidad.