El hombre y la máquina
Una empleada doméstica acudió a limpiar una nave con su novio. Al parecer el toro se estrelló solo contra la pared: esa chica era empleada de mi amigo, y el conductor invisible el novio que, en sus veinte, sintió el arrebato de montar una máquina que desconocía. Ay, amigos. !Cuanto podría escribir Freud sobre la relación del hombre y su coche!… el descapotable en los veinte, la castración del coche familiar en los treinta, el deseo del deportivo en los cuarenta y, finalmente, el que puede a los cincuenta se lo compra (y que le den a todo): el color, el tamaaaaaaño, las gafas de sol a juego. Cuando, en los cincuenta, no hay coche… siempre es buena la bici: adoro esos grupos de cincuentones en bici, así, ruidosos ellos, en busca del almuerzo de después: mejor la máquina que caminar, of course, eso es como de chicas ¿Qué es lo que pasa por la cabeza de un hombre ante la máquina? Creo que testosterona: algo que arreglar, algo que poseer, algo que dominar, comprarla.
Nada más duro para ellos que la lucha infructuosa contra el tornillo strongorf de ikea, nada más excitante que la posibilidad del nuevo modelo de taladro: su caja de herramientas, su tesoro. Debe haber algo en el adn que relaciona ese instinto con el de jamás preguntar si se pierden, o antes muerto que copiloto: para eso está esa otra máquina, reina entre las reinas, ¡¡¡el GPS!!!. Tiene que ser muy duro para ellos que las mujeres no llevemos incorporado uno, ni se nos pueda enchufar el taladro sin más, que no haya una aplicación de móvil que les diga lo que queremos (creedme, jamás sabemos lo que queremos realmente). No nos impresionan las gafas de sol, y el descapotable mola un ratito, pero preferimos un coche con buen motor, que la lavadora simplemente funcione y que no nos echen la culpa si nos hemos perdido mirando un mapa, porque a nosotras nos encanta preguntar: así hacemos nuevos amigos.
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