A la piscina con humor: de manías y territorios
A la piscina con humor: de manías y territorios. El otro día en el vestuario se produjo un acto de empatía fascinante. Estando TODAS las taquillas VACÍAS, resulta que vino una chica a ponerse, justamente, en la de al lado de la mía, momentos antes de que una de mis señoras-andadoras-de-piscina viniera a dejar sus cosas en la siguiente a la nuestra. Me pregunté si había alguna regla no escrita sobre la obligatoriedad de usar taquillas seguidas, incluso estando las demás vacías, regla que yo habría infringido durante años. La chica comenzó a disculparse con la señora-andadora-de-piscina por el continuo choque de puertas (¿lógico?), aduciendo que fíjate, oye, (risa floja), tenía la costumbre de usar siempre la misma. La señora-andadora-de-piscina sonrió abiertamente, brazos en jarra, oye pues fíjate que le pasaba lo mismo, y ahí que las dos comenzaron a hablar chocando sus puertas y sus cuerpos –con mi puerta y mi cuerpo también- estableciéndose una corriente de simpatía mutua, de la que yo por supuesto me hice ajena en cuanto pude. Entrando ya en el agua, media hora antes yo había cumplido con mi ritual de pedir al universo una calle para mí sola, que el universo tuvo a bien concederme.
Mi felicidad la alteró un señor que se metió en mi calle, lo cual no es extraño, salvo por el hecho de que la calle de al lado también estaba V-A-C-Í-A (debía ser novio de la chica del vestuario o hijo de la señora andadora). Y empecé a pensar en lo que nos une, separa o definen las manías: no da para contarlo en una entrada corta, fue la conclusión. Sí que da para confesar las mías, que a la llegada del verano se traduce en la súplica a mis amigas con coche para que me lleven a las piscinas de verano menos llenas (conocimiento sólo reservado a unos pocos iniciados, que no pienso revelar…). Espero con achicharrada paciencia mi momento, ¡la hora de comer! para colonizar el agua cuando no queda nadie, que por lo único que yo quiero, Dios mío, ser rica es por no trabajar y tener un trozo de piscina para mí sola, te-rri-to-rio-RE-YES-LAN-DIA, a la que poder conquistar, seducir e invadir cuando me plazca y sin necesidad de escuchar a Wagner.
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